El misterio no resuelto de por qué soñamos ha ocupado las mentes de muchos especialistas de la arquitectura del sueño, de psicólogos y psiquiatras y -sobre todo- de todos los seres vivientes a los que nos cuesta comprender este fenómeno tan extraño que hemos normalizado porque simplemente ocurre.
¿Cómo es posible que la misma mente que está todo el día racionalizando y dándole sentido a todo lo que ocurre a nuestro alrededor, se duerma por la noche y se crea todas las barbaridades que se nos presentan sin sobresaltarse ni despertarse a mitad noche diciendo: ¿en serio?
Según el neurocientífico Matt Walker, “soñar es un fenómeno que nos ha proporcionado la naturaleza, que sirve de terapia nocturna y de primeros auxilios emocionales”. Su función es desdramatizar. De ahí viene el buen consejo de no tomar decisiones repentinas sin consultarlo antes con la almohada. Esa almohada se refiere a los sueños que aparecen durante la noche avivando emociones como el miedo, la rabia, la alegría y la tristeza, entre otras. Al soltar lastre emocional, cuando nos despertemos es posible que relativicemos situaciones dolorosas o conflictivas y nos será más fácil no enredarnos en ellas.
Soñar es necesario pero no suficiente para que sea sanador. No es tanto el hecho de soñar lo que es importante, sino el contenido del sueño: si estás pasando por un divorcio doloroso, por ejemplo, soñar sobre ese proceso suaviza aristas y alivia gran parte de nuestra reactividad. Y todo este proceso desintoxicante ni siquiera nos pide permiso.
El sueño REM (movimientos oculares rápidos) ocurre unos 70-90 minutos después de dormirnos, justo después del sueño profundo (no-REM), y supone el 25% del ciclo de sueño. En este espacio emergen los sueños y parece que es crucial que facilitemos y cuidemos su aparición. Soñar ayuda a consolidar la memoria (por eso es más importante dormir antes de un examen que pasarse toda la noche en vela estudiando). Los sueños fomentan la creatividad. Algunos sueños son realmente fantásticos: alucinaciones difícilmente imaginables en estado de vigilia, que nos permite jugar en nuestra mente con todo tipo de fantasías en un lugar seguro (la cama) sin ningún tipo de consecuencias (como volar). ¡Menuda aventura!
¿Cuántos descubrimientos han surgido espontáneamente en la nocturnidad onírica? De hecho, hay quienes estarán deseando dormirse para ver qué les depara esta “segunda vida paralela”, mucho más interesante y rica que la tangible y rutinaria de tantas personas que no se atreven a soñar despiertos.
Desde estas páginas os animo a custodiar vuestro sueño para que se puedan producir los beneficios de los sueños en fase REM. La práctica de Mindfulness es la alternativa no farmacológica más recomendada para el insomnio. Una vez resuelto ese dilema, también podemos aprender a soltarnos y soñar un poco estando despiertos…
“Si cerramos los ojos, el cerebro inmediatamente evoca una mezcla de impresiones de luz y color, aparentemente una especie de imitación y eco de las impresiones forzadas sobre el cerebro durante sus momentos de vigilia. Y ahora la mente, en cooperación con la imaginación, transforma este juego informe de luz y color en figuras definidas, grupos en movimiento, paisajes. Lo que realmente ocurre es una especie de razonamiento que vuelve del efecto a la causa”
Extracto del libro “Human, All Too Human: A Book for Free Spirits” (Humanos, demasiado humanos: un libro para espíritus libres) de Friedrich Nietzsche.
Ilustración de James Baldwin para su libro infantil “Little man, Little Man”.Sugerencia: “Meditación de la Felicidad Genuina” en www.psyke.es. Esta meditación nos abre a fantasear y a soñar a través de cuatro preguntas. Si no generamos la intención es difícil encontrar nuestra dirección. La introspección es el camino y reside en tu profundo y más íntimo interior. Permítete volar y deja que tu imaginación intuitiva haga el resto. Buena práctica…