Los contrastes tienen una capacidad única para enseñarnos a valorar lo que verdaderamente importa. Si madrugo para ir a trabajar todos los días de lunes a viernes, los fines de semana que no pongo la alarma se convierten en una delicia. Si entre semana me tomo el desayuno apresuradamente porque no tengo tiempo de deleitarme, el sábado que me quedo embelesada mirando por la ventana con mi café en la mano, sin prisas, me parece lo más.
Cuando estamos inmersos en la rutina, las cosas más simples, como un desayuno sin prisas o una mañana sin despertador, se convierten en pequeños lujos. Este tipo de reflexiones, aparentemente tan sencillas, nos invitan a reconsiderar lo que realmente nos hace felices y cómo podemos incorporar más momentos de disfrute en nuestra vida diaria a través de los contrastes. Y es que alternar momentos de actividad intensa y de relajación puede ser clave para nuestro bienestar y felicidad, siempre y cuando seamos conscientes.
Cuando alternamos entre el estrés y la calma, aprendemos a saborear esos pequeños momentos que de otro modo podríamos pasar por alto. De alguna forma, el ajetreo de la semana hace que la calma del fin de semana sea mucho más dulce, y eso genera una sensación de gratitud que equilibra el sistema. Según las últimas investigaciones, los contrastes no solo son beneficiosos, son necesarios. Al aprender a disfrutar de estos altibajos, no solo experimentamos más felicidad, sino que también promovemos una mejor salud mental y emocional.
El neurocientífico Andrew Huberman, afirma que el contraste entre la acción intensa y el reposo es crucial para mantener nuestro cerebro funcionando de manera óptima. El cambio entre esfuerzos intensos y descansos profundos favorece la plasticidad cerebral. Añade que cuando nos exponemos a periodos de alta demanda cognitiva o emocional y luego permitimos que nuestro cuerpo y mente se recuperen, activamos circuitos neuronales que aumentan nuestra capacidad de concentración y productividad.
Muchos tenemos la suerte de poder comer sin sentir hambre, beber en cuanto tenemos sed, resguardarnos del frío en invierno y poner el aire acondicionado cuando hace mucho calor. No solemos agradecer todos estos privilegios porque la mente se adapta a todo y acaba dándolo por sentado. Aunque parezca mentira, si la vida fuera un disfrute constante no la sabríamos valorar y nos aburriría.
Benditos contrastes: el equilibrio entre las dificultades y los placeres diarios es clave para experimentar un bienestar duradero.
“Los momentos de bienestar auténtico provienen de la interacción entre el esfuerzo y la relajación, la lucha y la calma. Cuando la vida se vuelve demasiado predecible y cómoda, es difícil experimentar satisfacción profunda. El verdadero bienestar surge cuando podemos equilibrar los desafíos con los descansos, los momentos altos con los bajos, lo intenso con lo tranquilo”.
Cita de Martin Seligman, pionero de la psicología positiva, de su libro “La auténtica felicidad”, de 2002.
Ilustración de Bhajju Shyam, para “Creation”, una colección de mitos del folklore indio, de 2016.
Sugerencia: Meditación n. 23 – “Meditación de Gratitud”.
Esta meditación nos invita a abrir nuestro corazón y saber ver todo lo que nos rodea y que pasa la mayoría de veces inadvertido. Empezamos por sentir ya agradecimiento por la propia sensación de respirar, que es vida pura, y aprendemos a ampliar nuestra mirada para percibir todo lo que la vida nos regala cada día de nuestra existencia. Buena práctica…