Para poder abrirnos camino en la sociedad y conseguir un nivel de estudios y trabajo considerados social y culturalmente “aceptables” se nos educa –por desgracia- en la competitividad, generando emociones primitivas que nos desconectan de nosotros mismos y, sobre todo, de las personas que nos rodean que tanto necesitamos.
Vamos creando nuestra identidad desde nuestra más tierna infancia. Y es “tierna” porque en esas edades estamos en plena formación neuronal, con lo que somos esponjas a la entrada de referencias externas, especialmente de nuestros cuidadores principales. En base a sus consideraciones sobre cómo somos y las comparaciones que hacemos por nuestra cuenta con respecto a los demás, nos posicionamos en lo que creemos es nuestra “personalidad” (realidad personal), que puede ser más o menos flexible.
En este sentido, un modo-mente prefijado asume que nuestro carácter, inteligencia y habilidades creativas son inamovibles e imposibles de cambiar. Partiendo de esta asunción, conseguir el éxito y evitar el error o la equivocación se convierte en la única forma de mantener la sensación de ser inteligente y habilidoso. Subyace la necesidad de seguridad y aceptación: la emoción limitante es el miedo…
Por otro lado, un modo-mente de crecimiento, contempla el “aparente” fallo como una plataforma desde la que poder crecer y ampliar habilidades necesarias para movernos por el mundo sin estar pendientes –como veletas- de la aprobación externa, y sí de nuestra propia apreciación honesta, crítica y constructiva. Subyace la necesidad de descubrir, de aprender: la emoción liberadora es la libertad misma…
Desde el modo-mente de crecimiento se parte de que el potencial de cada cual es desconocido y que es imposible prever lo que uno puede ser capaz de ser y de conseguir en su trayectoria vital. Las personas pueden aprender a cuestionar sus propias creencias limitantes y crecer en base a la experiencia afrontando nuevos desafíos, dosificados en concordancia con su evolución personal. Consiguiendo un paso, premiándote por tu logro y no avanzando hasta no haber consolidado el paso anterior.
De los dos modos-mente emerge buena parte de nuestro comportamiento, nuestras relaciones interpersonales –profesionales y personales- y, en definitiva, nuestra capacidad de ser felices: de sentir bienestar, paz y plenitud.
La práctica habitual de Mindfulness nos ayuda a darnos cuenta de cuándo estamos atrapados en creencias obsoletas y cuándo y cómo hemos de saber “actualizarnos” y adaptarnos a nuestra propia evolución y a la de los demás, gracias a saber aprender de la experiencia directa, abierta y curiosa con todo lo que nos presenta la vida, sobre todo de las veces en las que “caemos” y nos volvemos a levantar…
“Me vacío de los nombres de otros. Vacío mis bolsillos.
Vacío mis zapatos y los dejo al lado del camino.
Por la noche atraso los relojes;
Abro el álbum de familia y me veo de niño (…)
¿Para qué todo esto? Las horas hicieron lo suyo.
Digo mi propio nombre. Digo adiós.
El tiempo dice lo que soy. Cambio y sigo lo mismo.
Me vacío de mi vida y mi vida se queda”.
Extracto de “Identidad”, del poeta Mark Strands
Ilustración de la psicóloga Carol Dweck de su libro “Mindset”, que muestra que el poder de nuestras creencias –conscientes e inconscientes- marca la relación con nuestro entorno y con nuestras relaciones interpersonales.
Meditación recomendada N.21 “Meditación de ti misma ante el pasado y el futuro”
Esta meditación aspira a cultivar la aceptación de nuestro pasado, con gratitud y confianza por haber sabido traernos al presente, con nuestros aciertos y nuestros errores. Con esa confianza en nosotros mismos, tomamos fuerza para dirigirnos hacia nuestro futuro, sabiendo que vamos a caer y que nos levantaremos de nuevo.