Lo primero que salta en consulta de alguien que sufre desprecio familiar es la incredulidad: “¿qué he hecho yo para que me traten así?”. La pregunta duele porque no tiene respuesta lógica: la familia debería comprender, debería tolerar las diferencias y, sobre todo, debería querer sin condiciones. Una fantasía ideal, propia de los niños. Demasiadas familias se rigen bajo patrones tóxicos que aprenden de sus propias familias anteriores sin darse cuenta. Si tú eres una persona libre, que se expresa sin cortapisas, y los otros miembros de la familia no se lo pueden permitir (por sus creencias o sus miedos), no será fácil que sepan tolerar tu libertad.
Por eso, lo primero que hemos de hacer es comprender tu dolor y tu perplejidad, y desmontar cuanto antes que tú eres el problema. Y mira, si estás leyendo esto y te estás sintiendo mal, si se te hace un nudo por dentro al pensar en lo poco que te dieron o en lo mucho que te exigieron… no estás sola. Hay algo brutalmente doloroso en asumir que tu familia no te quiso como necesitabas. Pero hay algo liberador en dejar de mendigarlo.
Porque en algún momento -y ojalá sea hoy- te toca dejar de correr detrás de quien no sabe correr hacia ti. Ya sea de tu familia o de tu entorno de amistades. No por orgullo, sino por respeto a todo lo que has construido fuera de ese entorno. Has llegado hasta aquí. Has roto el ciclo. Te estás convirtiendo en la mujer que quizás tu madre o tu padre no pudieron ser. Y eso es heroico.
Así que deja de intentar convencerles. Deja de esperar que te aprueben, que te reconozcan o que te devuelvan lo que no tienen. No los necesitas para saber quién eres. Ya no. Hoy puedes elegir una nueva familia: personas que te miran sin juicio, que celebran tus logros sin competencia, que están contigo porque sí. Que te quieren como mereces.
Tu valor no se mide en abrazos que nunca llegaron ni en llamadas que no devolvieron. Tu valor está en ti, en cómo te hablas, en cómo te cuidas, en cómo estás aprendiendo a no abandonarte.
Hay una regla de oro que hemos de saber respetar por nuestra propia dignidad: estar con personas que te traten, como mínimo, como tú las tratas. Sabiendo que todos somos diferentes y hay que aprender a ser tolerantes con esas diferencias. Pero una cosa son los desacuerdos, y otra muy distinta las faltas de respeto y las acusaciones injustas. Con el amor incondicional no se trafica. Tu vida te pertenece a ti. Y si generas un nuevo núcleo familiar, rompe con el legado e inculca nuevos valores en los que el amor sin condiciones impere.
¿Has estado esperando algo de tu familia que no llegó? Te leo en los comentarios…
No pertenezco a nadie, excepto a mí misma. Me siento libre de crecer como una persona única.
No tengo que ganarme el amor de nadie comportándome de cierta manera.
Soy digna de ser amada tal como soy. Y cuando reconozco esto,
dejo de convertirme en una extraña para mí misma al intentar no incomodar a los demás.
Cita de Virginia Satir, de su libro “The New Peoplemaking” (La nueva creación del ser humano),1978.
Ilustración de la artista Sophie Blackall para su libro “Farmhouse”, 2022.
Sugerencia: Meditación n. 20 – “Meditación del sí”.
Esta meditación puede iluminar nuestras formas habituales de resistir o querer controlar la experiencia, cultivando la capacidad de presenciar la vida sin condiciones. Decir SÍ no es estar de acuerdo con un comportamiento perjudicial, es estar dispuesto a presenciar la vida, tal como es, con valentía y honestidad. Buena práctica…