Nadie nacemos con un manual de instrucciones debajo del brazo de cómo ser padres. Todos somos inexpertos y, cuanto más jóvenes, más inexpertos, por la falta de recorrido vital. Las experiencias de vida formatean nuestro cerebro, que es la plataforma desde la que pensamos, interpretamos la vida, tomamos decisiones y generamos nuestras conductas. En líneas generales, a menor experiencia de vida, menores herramientas para afrontarla y, desde luego, menores recursos para formar a nuestros hijos desde la madurez y responsabilidad que se requiere.
Desde nuestra perspectiva de hijos, qué fácil es detectar -e incluso criticar- los comportamientos que nuestros padres han tenido con nosotros. Nacemos con una necesidad insaciable de amor y reconocimiento. Si nuestros padres no lo han tenido en sus propias familias (la mayoría de veces), es muy difícil generarlo y transmitirlo. En consecuencia, si nosotros como hijos no lo hemos sentido, por mucho que nos propongamos no repetir el modelo, es más que posible que lo hagamos mal. Por eso es tan importante sanar nuestras heridas de la infancia antes de acometer la tremenda responsabilidad que supone ser padres.
Todos hacemos lo que podemos y si supiéramos hacerlo mejor, lo haríamos. Esta frase cuesta mucho de digerir y, sin embargo, es totalmente cierta. Cuanto antes la incorporemos y la aceptemos, antes podremos hacer algo por superar la versión en la que estemos posicionados -tantas veces estáticamente- por falta de amplitud de miras.
Ante la decisión de ser padres nos enfrentamos a tres realidades que requieren mucha toma de consciencia:
- La mochila que traemos de nuestra historia familiar: habría que hacer una sentada en común con nuestra pareja (si la tenemos) o con nosotras mismas (si es que decidimos ser madre soltera), de qué es lo que quiero y no quiero transmitir de mi legado familiar a mi descendencia. Aunque parece fácil, es sumamente difícil, porque somos monos repetidores de lo que hemos vivido en nuestras familias y nuestro cerebro está ahora formateado. Nos descubrimos haciendo las mismas conductas que tanto daño nos produjeron. Solo tomando consciencia y “pillarnos” repitiéndolas, frenándonos en seco al detectarlas, una y otra vez, se podrá extinguir esa conducta.
- Preocúpate de proveerte, de la mejor manera posible, de todas las herramientas necesarias para acometer lo que seguramente será el máximo reto de tu vida: educar a tus hijos de la mejor manera posible. Para lo cual, empieza por ti mismo, aprendiendo a regularte emocionalmente. Si no lo haces, no podrás ayudar a tu hijo (que tiene “cero” posibilidades de autorregulación) a aprender a suavizar sus tumultos internos cuando aparezcan, es decir, siempre. Las noches sin dormir, las madrugadas en urgencias, las fiebres sin sentido y la imposible conciliación familiar requiere de la urgente dotación de prácticas de reducción de estrés para no añadirle estrés a nuestros hijos, que nacen ya de por si estresados al irrumpir en esta vida tan diferente al útero, donde todo era paz y felicidad, permanentemente sintiendo el latir del corazón de su madre en un ambiente paradisiaco con todo lo que necesitaba a su alcance.
- Con todo lo dicho, lo esencial es que te prepares para equivocarte y arrepentirte mil veces. Incluso que en la edad adulta alguno de tus hijos te lo diga a la cara y te reproche los fallos cometidos, tanto los conscientes como los inconscientes. En este caso solo te queda la esperanza de que en algún momento sean ellos mismos padres y sepan realmente lo que supone afrontar cada día el reto de actuar (casi a tientas), con la aspiración de acertar y con la inevitable realidad de fallar.
Pues la frustración funciona en los dos sentidos: somos seres imperfectos como padres y seres imperfectos como hijos. Cuanto antes los aceptemos, antes podremos disfrutar de nuestra compañía amorosa, sea del calibre que sea…
“No hay ningún requisito para ser perfeccionistas y angelicales en la crianza de los hijos. El verdadero requisito es simplemente permanecer ahí, presentes. Harry Harlow nos recuerda que el amor es trabajo. Así que estúdialo a fondo. La naturaleza del amor supone prestar atención a las personas que importan, de seguir dando cuando estás demasiado cansado para dar: ya sea una madre que escucha, un padre que abraza, un amigo que ayuda o un niño amoroso…”
Ilustración de Margaret C. Cook de una edición especial de 1913 de Leaves of Grass de Walt Whitman.
Extracto del libro “Love at Goon Park: Harry Harlow and the Science of Affection” (El Amor en el Parque Goon: Harry Harlow y la Ciencia de Afecto), de Deborah Blum.
Meditación recomendada N.22: Meditación de “El Perdón”.
Podemos causar daño y nos pueden causar daño, consciente o inconscientemente, movidos por el dolor, el miedo, la ira o la confusión. Esta meditación ayuda a cultivar el perdón hacia nosotros mismos y hacia los demás sin forzarnos, permitiendo que la intención de perdonar resuene en nuestro corazón. Buena práctica…