Cuando la inteligencia emocional brilla por su ausencia, hablamos de “personas emocionalmente inmaduras”. Un término acuñado por la psicóloga clínica Lindsay Gibson, que lo describe de manera impactante: “son como niños en cuerpos de adultos”. Personas que se han quedado en la etapa de la pataleta y no han evolucionado. Actúan como si el mundo girara en torno a ellos, en una actitud de “yo, mí, me, conmigo”, agarrada a su ombligo.
Todos nacemos egocéntricos: centrados en nuestras necesidades porque si no, no sobreviviríamos. De bebés lloramos para que nos den de comer, de beber, o nos cambien, o nos cuiden. A medida que crecemos, supuestamente aprendemos a tener en consideración las necesidades de los demás y a saber equilibrar lo que damos y lo que tomamos. Madurar significa, además, hacernos cargo de nuestros propios abruptos emocionales. No es así para las “PEI”, porque como tienen una mínima tolerancia a la frustración, en cuanto alguien las pone contra las cuerdas, saltan como un león enfurecido.
Justamente se detectan por sus reacciones desproporcionadas ante situaciones aparentemente insignificantes. Pueden mostrar enfados intensos o comportamientos pasivo-agresivos (como no hablarte en días) cuando las cosas no salen como quieren o has dicho algo que les ha disparado. Y acabas con “cara de póquer” porque no entiendes lo que ha pasado cuando salen despavoridos por la puerta. Estas rabietas brotan sobre todo bajo situaciones de estrés o cansancio, o cuando se sienten acorralados. Suelen defenderse negando lo que ha ocurrido o huyendo de la situación: colgar el teléfono, pegar portazos o simplemente marcharse de la mesa cuando no soportan lo que se está diciendo, es lo habitual. Y claro, ¿qué suele hacer la persona que tiene en frente? Pues al principio contesta y dice basta, pero al poco tiempo empieza por no expresar sus opiniones para evitar los “pollos” que monta. Lo peor es que si se convive con una persona así, uno acaba por dejar de ser auténtico y decir lo que piensa. En otras palabras: deja de Ser… tremendo.
Las “PEI”, al igual que los peques, acaban dependiendo de otros para conseguir su bienestar emocional, buscando constantemente que les consuelen o les den la razón, en lugar de trabajarse y desarrollar una autoconfianza interna.
¿Qué hacer?
Primero, mantener la calma y no tomártelo como algo personal. Y, segundo, leer el siguiente artículo de este blog que espero arroje luz en cómo afrontar este tipo de personajes.
Por cierto, el mundo -por desgracia- está lleno de ellos. No hay más que ver las noticias y los comportamientos de muchos políticos. Así empiezan muchas guerras. ¿O no os parecen como niños?
“Las personas emocionalmente inmaduras tienen la tendencia a evitar la responsabilidad emocional y a proyectar sus inseguridades en los demás. Esto crea un entorno de manipulación y caos emocional, donde aquellos que les rodean se sienten constantemente culpables o inadecuados. Reconocer estos patrones es el primer paso para liberarse de su influencia y recuperar tu propio sentido de estabilidad emocional.”
Extracto de “Adult Children of Emotionally Immature Parents” (Hijos adultos de padres emocionalmente inmaduros), de la Dra. Lindsay Gibson.
Ilustración “Tigre” en el libro “Beasts of India”, de Kanchana Arni (2018).
Sugerencia – Meditación n. 6: “Nombrar Emociones”.
Esta meditación sirve para desarrollar la inteligencia emocional y la gestión de las emociones: reconociéndolas, sin identificarnos con ellas, viéndolas como elaboraciones de la mente pasajeras, y creando distancia para aprender a responder a ellas sin reacciones impulsivas. Buena práctica…