En la recomendable película “Love Story”, la protagonista decía que “el amor significa nunca tener que decir lo siento”, intentando convencernos de que si realmente se quiere a alguien, nunca haría falta pedir perdón porque jamás le dañaríamos. Qué lejos de la verdad…
Justamente la intensidad del vínculo afectivo es el termómetro que mide el nivel de dolor que podemos causar. Cuanto más afecto, más dolor. De ahí la frase: “el que te quiere (y al que quieres) te hará llorar”. Hoy dirijo estas líneas hacia el dolor causado por ignorancia, por no saber en el momento de estar generando la acción dañina, cuan terrible fue el dolor causado. Muchas veces nos enteramos años después en una especie de “despertar”, como si un rayo nos fulminara, cuando recibimos un agravio similar al que produjimos. Es como si de pronto sintiéramos en nuestro cuerpo dolido una conexión profunda con el desgarro de la persona a la que herimos.
Una vez descubierto, se abre un proceso delicado que requiere su tiempo de maduración. Acelerar el perdón es siempre un error que puede recaer en la superficialidad y hacer más mal que bien. Por eso, primero hemos de empezar por perdonarnos a nosotros mismos por no habernos dado cuenta en ese momento. Si no lo sabíamos entonces, no debemos machacarnos ahora, sino alegrarnos por habernos dado cuenta, pues eso posibilita la reparación.
Pedir perdón no es ni cómodo ni sencillo. Según Aaron Lazare de la Universidad de Massachusetts, para que sea efectivo debe cumplir con los siguientes elementos:
- Reconocimiento de la ofensa: describiendo exactamente lo que hiciste mal sin evitar las peores verdades. No importa que la persona a la que hayas ofendido comparta tus mismos principios. Si tú has roto tus propias normas éticas, acepta tu responsabilidad.
- Ofrecimiento de una explicación: que ayude a la persona herida a entender por qué ocurrió y le asegure que no volverá a pasar. No incluyas excusas, pues solo sirven para desviar tu responsabilidad y no devuelven la confianza.
- Expresión sincera de arrepentimiento: cualquiera que haya podido escuchar alguna vez “siento mucho el daño que te he causado” sabe diferenciar un perdón sincero de un intento de evadir la responsabilidad.
- Reparar el daño: a veces no se puede enmendar la relación, pero sí la dignidad de la otra persona a través de honrar sus emociones, punto de vista y experiencia vivida. Cuando la persona herida se siente escuchada potencia el poder sanador que puede curar las heridas más profundas.
El perdón sincero es un acto de humildad, compromiso y generosidad que requiere mucho coraje, con lo que el que lo promueva también sentirá un tremendo alivio reparador, incluso si no se aceptan nuestras disculpas. No hay ninguna garantía de que la persona herida vaya a permitirnos reparar el daño. Es su derecho y hemos de respetarlo.
Sin embargo, al pedir perdón dejamos de luchar con la historia de nuestro pasado y aceptamos la realidad de lo que fue. Lejos de hacernos más perfectos, nos abre los ojos a las imperfecciones humanas desde las nuestras propias y nos hace más capaces de perdonar a los demás…
“El perdón no es un acto ocasional, es una actitud constante. Requiere valentía y fortaleza, porque implica reconocer el dolor y la injusticia, pero también significa soltar ese dolor y no permitir que controle tu vida. Al perdonar, no se trata de olvidar o excusar lo que ha pasado, sino de liberar tu mente y corazón del peso de la amargura y el resentimiento.”
Extracto de “Forgiveness Is a Choice: A Step-by-Step Process for Resolving Anger and Restoring Hope” de Robert D. Enright, psicólogo experto en El Perdón.
Ilustración de Ekaterina Chvileva.
Sugerencia – Meditación n. 22: “Meditación del Perdón”.
Podemos causar daño y nos pueden causar daño, consciente o inconscientemente, movidos por el dolor, el miedo, la ira o la confusión. Esta meditación nos ayuda a cultivar el perdón hacia nosotros mismos y hacia los demás sin forzarnos, permitiendo que la intención de perdonar resuene en nuestro corazón. Buena práctica…