Tanto si nos han traicionado como si nos han dejado, el dolor de una pérdida emocional se instala dentro de nosotros como una herida silenciosa que no sigue pautas. Sanar nunca va en línea recta, ni es un proceso limpio. A veces nos parece que avanzamos, que el aire pesa menos, que ya no nos oprime el pecho y que volvemos a sonreírle a la vida con libertad. Y, de pronto, un día cualquiera, volvemos a ese lugar muy adentro de nosotros que todavía duele. Todos estos vaivenes forman parte del camino…
Muchos piensan que la sanación es como un objetivo. Un lugar al que llegamos cuando “ya no duele”, cuando ya “lo hemos superado”. Pero la verdad es otra. La sanación real pasa por un largo proceso en zigzag. Va y viene, sube y baja. En algunas etapas nos sentimos con fuerza y en otras nos sostenemos como podemos, incluso cuando no entendemos del todo lo que estamos sintiendo.
No importa si la herida vino de una ruptura inesperada, de una decepción profunda o de una despedida que no elegimos. Lo que queda después es una versión de nosotros mismos que ya no mira la vida de la misma manera. La sanación requiere, pues, aprender a mirarnos con nuevos ojos. Más humildes. Más amorosos. Y, sobre todo, más pacientes y humanos. Porque el dolor no nos rompe para siempre, pero sí nos transforma. Quizás sea la única cosa positiva que podamos obtener del desgarro…
En esa transformación hay una pregunta clave: ¿cómo podemos seguir siendo nosotros mismos, sin endurecernos, sin cerrarnos a volver a sentir? ¿Cómo seguir creyendo en el amor, en los vínculos, en la entrega, sin cerrar el corazón por miedo a que vuelva a romperse? La respuesta no es fácil, pero tal vez esté en el cuidado que nos damos, en el espacio que creamos para sanarnos y aprender a querernos de verdad.
Volver a confiar, volver a abrirnos y volver a amar requiere tiempo. Habrá días en los que parezca que todo retrocede, en los que el cuerpo recuerda y el alma se cansa. En esos días, más que nunca, hay que hablarnos con ternura. No acelerar nada. No forzarnos a olvidar. Solo respirar en medio del caos y decirnos: “estoy haciendo lo mejor que puedo”. Porque aunque la herida haya sido profunda, aunque nos hayamos sentido rotos, también es cierto que hay partes de nosotros que siguen en pie. Y eso ya es una forma de esperanza.
Sanar supone volver a casa dentro de uno mismo. Reconocer que somos dignos de amor, incluso en los días en los que no nos sentimos fuertes. Es comprender que lo vivido puede ayudarnos a construir una versión más sabia, más consciente y más libre de nosotros mismos.
«No es tu responsabilidad curarte en un día. No es tu responsabilidad tenerlo todo resuelto. Tu única tarea es hacer espacio para ti. Para tu proceso. Para tu crecimiento. Para tu evolución.”
Cita de Bianca Sparacino, de su libro: «The Strength In Our Scars « (La fortaleza en nuestras cicatrices), de 2018.
Ilustración de Maira Kalman para su libro “Ah-Ha to Zig-Zag”, 2014.
Sugerencia: Meditación n. 12 – “Meditación Pausa de Compasión”.
Esta meditación nos ayuda a tomar consciencia de cómo nos respondemos en momentos en los que nos sentimos dolidos en situaciones emocionalmente difíciles, en las que pensamos que no deberíamos sentirnos vulnerables. En estos momentos es muy importante aprender a ofrecernos cariño y consuelo con un gesto físico de afecto. Buena práctica…