La muerte es un tema incómodo para muchas personas, pero es real y nos asusta a la mayoría, sobre todo porque literalmente no sabemos adónde vamos. Ya sabemos que la mente lo quiere saber todo y esto de que nos vayamos del mundo terrenal a «ninguna parte conocida» es el gran misterio que no queremos mirar demasiado por la inquietud que nos produce. Incluso para muchos creyentes…
En occidente vivimos de espaldas a la muerte. Hemos capeado el temporal bastante bien hasta que la pandemia nos ha obligado a abrir los ojos y mirar la muerte de cara a base de recordatorios sucesivos (desde el inicio de 2019). Hay un término en psicología que se llama “sesgo existencial” que supone que muy en nuestro interior, vivimos con la sensación de que la muerte no va con nosotros. Es como una protección natural ante lo tenebroso y desconocido. Esta especie de ceguera involuntaria se acabó con la presencia abrupta y diaria del peligro de muerte en la que la mayor parte de la Humanidad se ha hecho consciente de su finitud (a la fuerza).
¿Qué sabemos de la muerte que nos pueda tranquilizar algo? Primero que a todos nos va a pasar. El pensar que me va a pasar a mí y que algunos se libran produce mucho desasosiego, pero no va a ser así. Es condición de vida: si naces vas a morir. La idea es tomar consciencia de que tenemos la suerte de estar aquí. Hemos nacido a la vida y eso nos debería motivar a vivirla plenamente, nos pase lo que nos pase en ella. Como una experiencia, aunque solo sea por curiosidad.
Como inicia este artículo la frase de Tagore, si no estamos perpetuamente sorprendidos de nuestra existencia, nuestro sentido de Humanidad sería incompleto. La existencia supone también tener consciencia de existir, saber que existimos cuando podríamos no estar aquí nos hace privilegiados.
¿Cuántas probabilidades humanas se han quedado por el camino sin llegar a poder estar aquí?
Según los que acompañan a las personas en vías de irse de este mundo en su apariencia material, en la mayoría de los que saben que se van aparece una especie de “gracia”, como un aturdimiento irreal y mágico que les pacifica y les prepara para irse. Según la física cuántica, aunque parezcamos materia tangible, somos 99,9% de energía compuesta por átomos (el 63% oxígeno, 21% carbón, 10% hidrógeno, 3% nitrógeno, 1,5% calcio, algo menos de fósforo y otros 90 elementos químicos de distinta naturaleza proveniente de las estrellas).
La energía no puede desaparecer, solo puede transformarse. Y la mayoría de expertos en consciencia apuntan a que venimos de este estadio de consciencia y volveremos a formar de un conglomerado colectivo de energías generadas por toda la especie humana. Puede ser verdad, o puede ser mentira.
La cuestión es que, por el momento, la verdad es que aquí estamos viviendo esta vida efímera que tanto nos puede aportar y en la que tanto podemos experimentar, sobre todo con las cosas, personas y situaciones más sencillas. Solo hace falta que abramos los ojos bien abiertos a la realidad completa de lo que supone vivir aquí y ahora.
“Vamos a morir, y eso nos convierte en afortunados. La mayoría de las personas nunca van a morir porque nunca van a nacer. Las personas potenciales que podrían haber estado aquí en mi lugar pero que de hecho nunca verán la luz del día superan en número a los granos de arena de Arabia. Ciertamente, esos fantasmas por nacer incluyen poetas más grandes que Keats, científicos más grandes que Newton. Sabemos esto porque el conjunto de posibles personas permitidas por nuestro ADN supera enormemente al conjunto de personas reales. A pesar de estas asombrosas probabilidades, somos tú y yo, en nuestra vida cotidiana, los que estamos aquí. Nosotros, unos pocos privilegiados, que ganamos la lotería del nacimiento contra viento y marea…”
Extracto del libro “Deshaciendo el arcoíris: Ciencia, delusión y el apetito para la curiosidad” del biólogo inglés, Ricard Dawkins.
Ilustración de Charlotte Pardi para el libro “Cry, heart but never break” (llora corazón, pero nunca te rompas) del danés Glenn Ringtved.
Sugerencia: “Liberar el Miedo Condicionado” en www.psyke.es. Esta meditación nos ayuda a familiarizarnos con la emoción del miedo. El miedo que nos ayuda es el que nos advierte de peligros reales para protegernos. A ese miedo hay que agradecerle su presencia porque nos quiere proteger. En el caso de miedo a la muerte, quizás su presencia nos ayude a no desperdiciar los momentos mágicos de la vida, y nos sirva de recordatorio para disfrutarlos de lleno. El miedo condicionado, sin embargo, es el que nos impide vivir una vida plena porque está siempre presente aunque no haya miedos reales. Pueden ser reales para nosotros pero no son verdad. Quizás nos protegieron en su día, pero ahora ya no los necesitamos, con lo que hay que dejarlos ir, poco a poco, con amabilidad, práctica y paciencia amorosa…