Quienes más han sufrido profundamente son los primeros que se tiran a la calle y saben ayudar de forma amorosa y efectiva. Precisamente porque han sentido dolor profundo en sus vidas, son los más capaces de reconocerlo y acogerlo de inmediato. Este fenómeno de «ayudador herido», muestra cómo las cicatrices personales pueden tender puentes hacia los demás, repletos de empatía y comprensión auténtica y sentida.
La figura mitológica griega de Quirón, conocida como «el centauro herido», es quien mejor representa esta paradoja. Era mitad hombre y mitad caballo y, a diferencia de los otros centauros que se consideraban violentos, Quirón era sabio, amable y civilizado. Fue un maestro, sanador y consejero que poseía un amplísimo conocimiento en medicina, música, filosofía y las bellas artes. Quirón simboliza el arquetipo del sanador herido que transforma su dolor en conocimiento para ayudar a otros a sanar.
Ya lo decía Rumi, poeta sufí del S. XIII: “no apartes la mirada, la herida es el lugar por donde la luz entra en ti”, en clara alusión a que nuestras vulnerabilidades y dolores pueden ser transformadores y llenos de significado si somos capaces de mirarlos de frente. Ser un ayudador herido no significa ser infalible; significa Ser Humano. Y en esa humanidad, con todas sus imperfecciones y aprendizajes, reside el verdadero poder de sanar, tanto hacia uno mismo como a los demás.
Al fondo la mayoría albergamos algún dolor de nuestra infancia y, si nos fijamos, los que antes se han tirado al fango a ayudar (nunca mejor dicho) seguramente son los que han sabido comprender profundamente el dolor de verdad. Porque cuando conectamos con nuestras propias heridas somos más capaces de ver las de los demás con una claridad que trasciende el juicio. La conexión humana no surge de la perfección, sino de la autenticidad y la vulnerabilidad compartidas. Nuestro dolor nos abre, nos hace más humanos. Cuando estamos dispuestos a sostener nuestras heridas, podemos sostener también las de los otros desde un lugar de verdadera presencia.
Teniendo en cuenta el sufrimiento de tantas personas tan cercanas, hacemos hincapié en la importancia de saber aplicarnos la autocompasión. Es indispensable. No podemos ofrecer a otros lo que no estamos dispuestos a darnos a nosotros mismos. Cultivar una relación amable con nuestras heridas no solo nos sana, sino que también amplifica nuestra capacidad de ayudar a los demás desde un lugar de equilibrio y fortaleza. Lo demuestra la evidencia de multitud de estudios científicos.
Quizás solo pueda ser así, en ese espacio de vulnerabilidad compartida, donde se encuentre el potencial más poderoso de todos: el de sanar juntos.
«El dolor no es algo que resolver; es algo que acompañar. Las heridas profundas no necesitan ser ‘arregladas’, necesitan ser escuchadas y reconocidas. Cuando dejamos de intentar ‘arreglar’ el dolor, abrimos un espacio para que las personas se sientan vistas y valoradas tal como son, incluso en medio de su sufrimiento.»
Cita del libro «It’s OK That You’re Not OK: Meeting Grief and Loss in a Culture That Doesn’t Understand» («Está bien no estar bien: Enfrentando el duelo y la pérdida en una cultura que no lo comprende») de Megan Devine, terapeuta y experta en el manejo del duelo. 2017.
Ilustración de Maurice Sendak, para “Kenny’s Window”, de 1857.
Sugerencia – Meditación n. 5: “Monitoreo Abierto: Conscientes de Ser Conscientes”
Esta meditación sirve para cultivar la amabilidad, apertura y aceptación ante todo lo que aparece en nuestra consciencia como observadores imparciales de la experiencia, sin etiquetar y sin contarnos historias sobre lo que experimentemos. Al afrontar con amabilidad lo que ocurre dentro de nosotros, abrimos un espacio para poder acoger lo que ocurre fuera de nosotros, sin pretender modificarlo, ni controlarlo, permitiendo que sea tal cual es. Buena práctica…