El Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC) está considerado el séptimo trastorno mental más debilitante del mundo. Es un trastorno de ansiedad que no hay que confundir con el “Trastorno Obsesivo Compulsivo de la Personalidad”, que trataremos en otra ocasión.
Los dos síntomas de un TOC son “obsesiones” y “conductas” entrelazadas férreamente:
- Obsesiones: Aparición intrusiva e involuntaria de pensamientos amenazantes, que adquieren la forma de órdenes para llevar a cabo una conducta que elimine un peligro. Este peligro suele ser imaginario y muchas veces conscientemente irracional. La persona no quiere tener estos pensamientos, y cuando aparecen, siente que no tiene más remedio que “actuar” (verificar) para aliviar su miedo obsesivo.
- Compulsiones: Conductas físicas “imprescindibles” que la persona ritualiza para calmar la obsesión (lavado de manos, revisión de cerraduras, electrodomésticos, o de móvil, entre muchas otras) o conductas mentales (conteo, rezar, contarle a alguien su temor…). Estas conductas repetitivas alivian el miedo momentáneamente. Si embargo, repetir la conducta refuerza la obsesión en el cerebro, generando un bucle maldito que cada vez atrapa y engancha más a su víctima.
Es como la picadura de un mosquito: cuanto más te rascas más te pica…
Aunque parezca mentira, muchas personas tienen TOC y no lo saben porque se han acostumbrado tanto a sus conductas que llegan a pensar que es algo común. Y realmente lo es. Aunque según las estadísticas, 4 de cada 100 personas tiene TOC. Sin embargo, la realidad es que la cifra es mucho más alta, ya que no se comunica por vergüenza.
Como repetir la conducta hace que aumenten todavía más las obsesiones y los rituales, al final muchos deciden acudir a consulta porque están hartos de dedicarle tanto tiempo a algo que empiezan a reconocer como “enfermizo”. Ir a terapia constituye el primer paso para salir del infierno.
La vergüenza que pasan al contar lo que les pasa (porque en el fondo saben que no tiene sentido lógico) te rompe el corazón. Cuando descubren que no es su culpa, sino una desviación del mecanismo de supervivencia de nuestro cerebro, están más cerca de desprenderse de la esclavitud.
Los trastornos obsesivos compulsivos han aumentado sustancialmente a consecuencia de la pandemia, ya que hemos vivido muchos meses bajo el paraguas de “miedo” generalizado. Y lo que fomenta la ansiedad y las obsesiones siempre es el miedo. Hay solución, pero el trabajo mental que hay que hacer para no caer en la farmacología es titánico.
Trabajar a través de la práctica habitual de Mindfulness nos ayuda a poder soltar la atención en la obsesión y desviarla a otro lugar, mitigando en gran parte la emocionalidad generada por la obsesión misma. Esta práctica también nos entrena a saber estar con la incomodidad sin intentar cambiarla, abriendo una ventana cada vez más grande de tolerancia a la frustración, con lo que aprendemos a estar con el dolor que se siente a no realizar la compulsión (que refuerza la conducta). Romper el círculo vicioso es cuestión de perseverancia y tiempo. No todos están dispuestos a hacerlo y hay que comprender que la voluntad nos es infinita.
Para la persona que lo quiera intentar, aquí estamos…
¿A qué esperas?
“Una obsesión es intrusiva porque no requiere permiso para entrar en tu cerebro”
Cita de José A. Yaryura-Tobias, especialista en Trastornos Obsesivos Compulsivos.
Ilustración de Rockwell Kent titulada “North Wind”, de 1919.
Sugerencia: Meditación n. 1 – “Meditación de la Respiración”.
Esta meditación ayuda a generar músculo atencional para poder llevar nuestra atención donde nosotros queremos y no donde quiere nuestra mente. Al repetir una y otra vez soltar pensamientos de todo tipo, agradables, desagradables y neutros, aprendemos a tomar distancia y relacionarnos con nuestros pensamientos de manera diferente, tomándolos por lo que son: formaciones mentales (como las nubes son formaciones de vapor de agua) y no órdenes que hay que obedecer, que esclavizan y limitan nuestras vidas. Buena práctica…