Hoy lunes, 30 de marzo, nos enfrentamos a una situación en la que esta frase circense cobra vital significado. En los circos las acrobacias se suceden unas tras otras de menor a mayor dificultad, y cuando ya piensas que no se puede presenciar barbaridad más peligrosa, alguien pronuncia la frase de “y ahora, sin red” elevando el riesgo al cubo ante la mirada atónita de los espectadores.
La mayoría asistimos así de perplejos a las noticias diarias de este tsunami vírico que va haciendo estragos en nuestra población (y con efecto dominó en todas las demás, ante una ceguera global desconcertante), esperando que llegue el día de volver a la “normalidad”. Y va y cuando se acerca la fecha de la supuesta anunciada liberación (en nuestro país los quince días de confinamiento finalizaban el 26 de marzo), nos suben el nivel de la pantalla virtual y nos obligan a retarnos todavía más…
Pues aquí estamos, con un videojuego real que nos pone a prueba en todas las modalidades: con niños en casa, en soledad, sin ingresos, sin actividad laboral, con infectados en la familia, familiares ingresados en centros geriátricos, fallecimientos…
Inevitablemente, la ansiedad, el insomnio, la depresión, rabia contenida, irritabilidad y un sinfín de síntomas diversos van emergiendo y no sabemos qué hacer con tanta montaña rusa emocional…
Leeréis todo tipo de recomendaciones en los medios que nos inundan desde múltiples frentes: que si hemos de dosificar las noticias, tener una rutina horaria diaria, organizar encuentros telemáticos con nuestros seres queridos, hacer ejercicio…
Todo eso es necesario y válido, pero ¿y la mente que todo lo elucubra, anticipa, teme, juzga y, sobre todo, RUMIA?, lo que supone un envenenamiento químico que machaca nuestro sistema inmunológico y saca así la alfombra de bienvenida a bacterias y virus con ganas de fiesta en casa de anfitriones despistados.
Yo solo conozco una fórmula que puede amortiguar semejante retroalimentación contaminante: la meditación. Y lo que tantas veces repetimos, se aprende y practica en un lugar seguro justamente para cuando aparecen situaciones difíciles poder acudir a este valioso y necesario recurso.
La teoría es inservible sin la praxis.
La ilustración de este artículo parte de la aceptación activa (algo que hay que aprender porque no nos nace de entrada). Una vez comprendamos que “lo que hay es lo que hay” comenzamos la danza del acercamiento dosificado a esa realidad que no nos gusta para ver cómo podemos gestionarla en nuestro interior. Y aquí entra la mente en todo su esplendor: pues cómo elijo estar con “lo que hay” depende exclusivamente de mí.
Si nos movemos en la zona del MIEDO: se estrechará nuestra demarcación atencional por supervivencia, con lo cual se cerrarán las escotillas del razonamiento y se incrementará el estrés, bajando nuestras defensas significativamente. Si soltamos el miedo ampliando nuestra mirada y entramos en la zona del APRENDIZAJE, nos observaremos con consciencia plena para no dejarnos arrastrar por las circunstancias y poder aprender de la situación (sobre mí, sobre los demás y sobre lo que de verdad importa en la vida).
La zona del CRECIMIENTO es justamente “el más difícil todavía” que supone afrontar la situación y elegir expandirnos, salirnos de nuestra confinada caja mental y darle un propósito a todo este maremágnum.
La pregunta que nos podríamos hacer sería: ¿esta situación qué pide de mí en este momento? Y de manera consciente decidir “cómo me posiciono”, hasta donde pueda, en la medida de mis posibilidades…
Según Víctor Frankl, podemos responder ante cualquier escenario desde nuestra libertad, y ahí reside nuestra fortaleza y poder. Pero se nos olvida.
Por eso, los que hemos tenido la suerte de integrar Mindfulness en nuestras vidas, comprobamos hasta qué punto esta práctica nos facilita “recordarnos”, momento a momento, que todos poseemos esta más que necesaria destreza en nuestro interior, solo hemos de aprender a acceder a ella…
Ilustración: #Adaevacoach (gracias C. Vallés)