Pasas un día agradable con tus amistades queridas, ves una buena película por la noche y la disfrutas, te metes en la cama reconfortado de lo a gusto que has estado durante todo el día y te duermes plácidamente con una sonrisa en la boca. Bien. A la mañana siguiente te despiertas sintiéndote un poco de bajón. Te extraña y te empiezas a preguntar por qué. No hay ningún motivo aparente. Nada ha cambiado. Ninguna situación adversa ha ocurrido entre ayer y hoy y, sin embargo, estas tristón…
Empieza a desatarse la tragedia: tu mente empieza a elucubrar y rastrea el territorio intentando sincronizarse con tu estado anímico: “Ah, claro, antes de ayer discutí con mi madre y tenemos pendiente una conversación”; “ah, y también está lo del banco, a ver si me devuelven el recibo que se pagó después de haberme dado de baja”; “y, ahora que pienso, tengo esa reunión odiosa esta mañana en la que seguro me tumban el proyecto por culpa del trepa de mi colega”… Ya tienes el lío montado y tú en medio sin apenas darte cuenta…
¿Para qué meditamos? Para comprender a nuestra mente y saber que no sabe hacer otra cosa que fijarse –y hasta obsesionarse– por todo lo negativo que nos pasa. Se llama “sesgo negativo” y tiene un poder impresionante, a no ser que nos hagamos conscientes y sepamos coger distancia. Y eso, justamente, es lo que se consigue meditando. La toma de consciencia (el darnos cuenta) se convierte en nuestra única salvación.
Es posible que durante la noche –entre el día maravilloso y el despertar angustioso– hayamos tenido un mal sueño que no recordamos. Pero nuestro cuerpo sí tiene memoria y aflora la emoción desagradable en cuanto abrimos los ojos. Inmediatamente la mente toma el control y te trae a colación todos los malos rollos de los que se acuerda hasta que te acaba atrapando. Si supiéramos meditar -al estar entrenados- lo primero que ocurriría es que nos daríamos cuenta enseguida de la estrategia de nuestra mente. Lo segundo que haríamos es quitarnos -literalmente- de en medio, diciendo “gracias mente, pero no gracias”, sin enfadarnos con ella, porque está haciendo lo único que sabe hacer, pensar TODO el tiempo. Y, como he dicho antes, generalmente en negativo.
Así que ¿no es absurdo quedarse ahí como un tonto obnubilado escuchándola? Cuando ves que entra en bucle, quítate de en medio cuanto antes. Si sabes meditar, medita, y soltarás los pensamientos en el mismo instante en el que hacen su aparición, porque ya has generado músculo meditando. Y si no sabes meditar: bájate a la calle, date una ducha y pon tu atención plena en todos tus sentidos al ducharte (el sonido del agua pegando en el plato de ducha, el olor del gel, la temperatura del agua), todo menos quedarte enganchado a tu mente. Eso sí, si tienes que huir cada vez que tu mente parlanchina se pone en acción, vas a acabar agotado. Es mejor que aprendas a meditar y así comprenderás a tu mente y sabrás cómo tomar distancia. Es mucho más práctico: comes con tu mente, trabajas con tu mente, haces ejercicio con tu mente y duermes con tu mente. Todo el día con tu mente.
¿No sería mejor que aprendas a amigarte con tu mente? Más de mil alumnos han pasado por Psyke y lo agradecen. La frase más pronunciada cuando acaban los cursos es “todo el mundo debería saber esto”. Estoy de acuerdo. Los próximos cursos en Psyke empiezan en mayo. ¿Te apuntas?
Aprende a meditar…
La meditación no trata de hacer que nuestra mente sea perfecta; trata de hacer que nuestra mente se convierta en una amiga, que esté a nuestro favor y no en nuestra contra. Lo que nos molesta no es la experiencia, sino la resistencia que ofrecemos a la experiencia.
Cita de Jon Kabat-Zinn, de su libro «Dondequiera que vayas, ahí estás» (Wherever You Go, There You Are), de 2019.
Ilustración de Julie Paschkis para su libro “The Wordy Book”, 2021.
Sugerencia: Meditación n. 5 – “Conscientes de ser conscientes”.
Esta meditación nos ayuda a hacer consciente lo inconsciente, abriendo un espacio de observación a todo lo que está ocurriendo dentro de nosotros y fuera de nosotros. Sin intentar cambiar nada. Simplemente siendo testigos imparciales de la experiencia, con amabilidad, apertura y aceptación. Buena práctica…