REFLEXIONES TERAPÉUTICAS PARA INICIAR LA SEMANA CON LA INTENCIÓN DE VIVIR EL PRESENTE Y ASPIRAR A UNA VIDA PLENA CON SENTIDO

Creemos lo que deseamos creer

Aunque muchos lo duden, la mayor parte de autoengaño es inconsciente. Es decir, realmente nos creemos lo que estamos diciendo ante los oídos atónitos de los demás que nos escuchan perplejos por lo evidente. Y es que nuestra psique antepone esta estrategia de defensa para protegernos de una realidad tantas veces abrumadora y dolorosa.

La capacidad de autoengaño es ilimitada y se puede llegar a instalar tanto en la cotidianidad de algunas personas que acaban aisladas porque los demás se van alejando al no saber ya qué decirles. Se agotan de escucharlos y se cansan de intentar desdecirles, pues casi siempre se encuentran con una pared infranqueable a prueba de infiltraciones…cuando no directamente un ataque enfurecido.

¿De dónde viene este tan manido recurso que todos hacemos, en mayor o menor medida?

Según el biólogo evolutivo; Robert Trivers “el autoengaño es una sofisticación de la mentira, ya que ocultarse algo a uno mismo lo hace más invisible y difícil de descubrir para el resto”, por eso al ser inconsciente es más fácil expresarlo. Mentir conscientemente requiere mucho esfuerzo porque genera una contradicción en el cerebro que hemos de disimular. Al falsearnos –sabiéndolo- aparecen señales de estrés como la sudoración, cambios en la presión cardiaca y alteración de la respiración…entre otras delaciones físicas.

Hay muchos tipos de autoengaño, pero en este artículo me voy a centrar en la viñeta que lo ilustra: “el” o “la” infeliz que se cree lo que percibe de forma distorsionada y lo dice cándida y abiertamente. Esta ceguera tiene consecuencias devastadoras en las relaciones interpersonales. Cuántos casos hay en los que un miembro de la relación (séase pareja o amistad) comunica al otro de manera casi explicita que se ha acabado y la otra parte se “cuenta” que es que el otro/a está depresivo/a, confundido/a o bajo los efectos de una crisis existencial y que “no se da cuenta de lo mucho que me necesita, pero se va a enterar…”

Qué triste mecanismo, aunque a veces tan necesario para poder sobrevivir…

Este tipo de autoengaño se llama “negación” y permite levantar un muro psíquico para protegernos ante la cruda realidad que, en principio, parece insoportable. Lo saludable es ir derribando ese muro con mantequilla (o sea poco a poco) a través de la toma de consciencia, dosificando esa realidad que no nos gusta pero que inevitablemente ES.

La práctica del Mindfulness nos ayuda a hacer más “consciente lo inconsciente”, a estar más sintonizados con la realidad y, por tanto, cada vez más lejos del autoengaño.
Para muchos soltar el autoengaño no es una buena noticia…

Sin embargo, cuando nos creemos nuestras propias mentiras perdemos la oportunidad de poder aprender y crecer de las situaciones que nos presenta la enciclopedia de la vida.

Tú decides…

«Bajo circunstancias normales, el que miente siempre es derrotado por la realidad, para la cual no hay sustituta. No importa lo grande que sea la falsedad que el mentiroso ofrezca, nunca será lo suficientemente grande (aun si se sirve de las más avanzadas tecnologías) para vencer la inmensidad de la realidad”. –Hannah Arendt

Viñeta de la ilustradora española Flavita Álvarez-Pedrosa Pruvost, más conocida como Flavita Banana.