La alegría inocente de la Navidad es propia de los niños. Los más privilegiados esperan ansiosos sus regalos, completamente ajenos al caos que puede estar ocurriendo a su alrededor. Es la liviandad de los más pequeños, que todavía viven al margen de las responsabilidades y los conflictos de los adultos. Y que así sea. Está claro que los desafíos cotidianos no se van de vacaciones…
La DANA sigue ahí y las absurdas guerras continúan persistentes. Las personas que viven solas todavía se sentirán más solas, y las personas que han perdido a seres queridos los tendrán muy presentes estos días tan señalados. Las conflictivas negociaciones entre adultos para repartir a los hijos y las familias entre Nochebuena y Navidad coronan inevitablemente las vísperas de las supuestas “fiestas”. Para los hijos mayores, padres y abuelos puede llegar a ser un verdadero caos. Y así es la vida y así hemos de acogerla.
Dejemos que los peques disfruten de su ingenua alegría, pero soltemos los adultos la perfección idealizada o correremos el riesgo de sufrir una gran decepción. Los encuentros familiares muchas veces conllevan roces y disgustos, aun teniendo las mejores intenciones. Por eso las altas expectativas pueden llevarnos a desconectar con la realidad, y olvidar que la vida es imperfecta por naturaleza, incluso en los momentos festivos. Es en esa imperfección donde realmente podemos encontrar la autenticidad y la paz. La Navidad, como cualquier otra época del año, está llena de contrastes: momentos de alegría junto a sentimientos de pérdida o frustración.
Durante estas fechas muchas personas se sienten abrumadas por la presión social y personal de tener que ser «felices». Pero el simple acto de aceptar la vulnerabilidad, de aceptar que las cosas no siempre saldrán como esperamos, nos permite estar más presentes y ser más compasivos con nosotros mismos y los demás. En lugar de tener expectativas de cómo deberían ser las cosas, quizás sea el momento de reflexionar sobre el verdadero espíritu de estas fechas que es conectar con aquello que realmente importa. Cada persona a su estilo y a su ritmo.
A veces, eso significa valorar los momentos sencillos, el calor de una mirada sincera o el simple hecho de estar vivos y juntos, aunque sea en la distancia. En lugar de buscar la perfección, abracemos la imperfección. Permitámonos acoger los contratiempos, ser flexibles ante los imprevistos y recordar que la vida misma está llena de contrastes que le dan sentido. Que esta sea una oportunidad para practicar la aceptación y la gratitud, porque, en última instancia, eso es lo que realmente llena el corazón.
«La autenticidad es una práctica diaria: elegir mostrarnos y ser reales; elegir ser honestos; elegir dejar que nuestro verdadero yo se vea.»
Extracto del libro «The Gifts of Imperfection» (Los regalos de la imperfección), de Brené Brown.
Ilustración de Arthur Rackham para acompañar la poesía “Twas the night before Christmas”, atribuida a Clement Clarke Moore. 1823.
Sugerencia – Meditación n. 18: “Meditación del Amor y las Relaciones”
Esta meditación permite abrir nuestro corazón para ser conscientes del amor que recibimos de las personas que nos rodean y para saber dar ese amor a todas las personas, nos gusten o no, las conozcamos o no. Desde esta perspectiva de Humanidad Compartida, cultivamos también el amor hacia nosotros mismos, conscientes de la vulnerabilidad y necesidad de afecto de todos los seres humanos. Buena práctica…