En la autopista lo notas enseguida. Cuando los coches van más rápidos que tu capacidad de asimilar el contexto, entras en modo estrés automáticamente. Tu organismo no llega a poder captar bien los peligros porque te desbordan los acontecimientos. La alerta se agudiza y pierdes la visión periférica (lo que vemos a derecha e izquierda sin necesidad de mover la cabeza), con lo que sientes que se te escapa la situación porque no puedes registrar lo que está pasando a tu alrededor.
Adaptemos este ejemplo en un entorno laboral: Imagina que tu jefa tiene la capacidad de hacer muchas cosas a la vez y no le importa llevarse el trabajo a casa. Es más que posible que te mida desde ella y te pida resultados inmediatos o incorpore nuevos proyectos, además de los que ya tienes iniciados. Si tu ritmo natural es otro -más reflexivo, más pausado o más estructurado-, el cuerpo empezará a mandarte señales de alerta. Tal vez te cueste dormir, puede que te irrite lo que antes ignorabas o empieces a sentir que todo se vuelve urgente, incluso lo que no lo es, y pierdas la capacidad de priorizar.
Este desfase entre lo que puedes sostener y lo que te exigen (o te exiges), si se mantiene en el tiempo se puede convertir en estrés crónico. No es una cuestión de falta de capacidad, sino de desajuste entre el contexto y tu manera de procesarlo. El estrés no es necesariamente lo que ocurre sino cómo te tomas lo que se te viene encima y, sobre todo, cuánto control crees tener sobre la situación.
No todos funcionamos al mismo compás, y pretender adaptar nuestro sistema nervioso a demandas externas constantes puede salirnos muy caro. Haber aprendido a practicar mindfulness de modo preventivo –sabiendo detenerte, observarte y volver a tu eje- no es un lujo, sino una necesidad que te ayudará a preservar tu salud mental y física. Por eso es bueno adquirir herramientas antes de necesitarlas. Cuántas personas se han generado algún desarreglo intestinal, dermatitis, y hasta hipertensión, por haber aguantado demasiado tiempo situaciones estresantes.
El problema no es ni la velocidad ni las demandas en sí, sino cómo nos posicionamos frente a ellas: si tenemos margen, si podemos anticipar, si sentimos apoyo y comprensión en nuestro entorno, es más llevadero. Es cierto que a veces hay que forzar la máquina para sacar un asunto adelante. Pero luego, cuando pase, hay que saber parar, descansar y recuperar el sistema. Darte ese permiso es un acto de autocuidado, no de debilidad.
¿Estás respetando tu ritmo o estás forzándote a seguir un ritmo que no es el tuyo?
«Lo que necesitas no es eliminar todos los factores de estrés. Eso no solo es imposible, sino que tampoco es deseable. Lo que realmente importa es si sientes que tienes control, si puedes anticiparte, si cuentas con vías para canalizar la frustración y si tienes apoyo social. La misma presión externa puede provocar respuestas completamente distintas dependiendo de esos factores».
Cita del libro «Por qué las cebras no tienen úlcera» del neurocientífico Robert M. Sapolsky, 2008.
Ilustración de Oliver Jeffers and Sam Winston para su libro “The Dictionary Story”, 2024.
Sugerencia: Meditación n. 5 – “Conscientes de ser conscientes”.
Esta meditación nos ayuda a posicionarnos en medio del tumulto sin intentar cambiar nada, abriendo un espacio de observación a todo lo que está ocurriendo dentro de nosotros y fuera de nosotros. Simplemente siendo testigos imparciales de la experiencia, con amabilidad, apertura y aceptación. Sin engancharnos a los estímulos externos. Buena práctica…