Todos poseemos una sensibilidad específica para el dolor y es absolutamente subjetivo. El dolor físico (en los hospitales, por ejemplo) se calibra a través del propio paciente al pedirle que calcule su nivel de dolor del uno al diez. Su respuesta ayuda a la profesión médica a dosificar el tratamiento analgésico que necesita.
Sin embargo, cuando hablamos del “dolor del alma”, enseguida emitimos nuestro juicio: “menuda exageración, si no es para tanto”.
¿Y tú qué sabes lo que está pasando dentro de esa persona?
“Somos la medida de todas las cosas”, como decía Protágoras, y vaya si lo somos. Nuestra perspectiva es solo nuestra y desde ahí emitimos juicios constantemente. Solo podremos detenernos si tomamos consciencia y activamos enseguida, en cuanto nos pillemos juzgando, la empatía y la compasión.
Yo soy yo, con mi historia de vida y mis experiencias, y tú eres tú, con las tuyas. Y si sufres, no importa el motivo, la realidad es que estás sufriendo y hay que saber acogerlo desde el respeto y el amor incondicional. Lo contrario viene del egoísmo o de la ignorancia…
Para comprenderlo mejor, imaginad que tenemos tres muñecas: una es de porcelana, la otra de acero y la otra de trapo. Si caen al suelo, el golpe será diferente para cada una de ellas según el material del que estén hechas. Y no solo eso, la fuerza con la que caen (si caen desde el estante o si alguien las arroja con fuerza), además del suelo con el que se encuentran – alfombra, madera o mármol – también influye en el resultado final del impacto.
Personas Altamente Sensibles
Hay Personas Altamente Sensibles (PAS), por ejemplo, que son como una “célula sin membrana”. Lo que “sienten”, en comparación con las personas que no lo son, se eleva al cubo. Es una cualidad, incluso un “don”, pues sus puestas de sol son de levitar, pero sus conflictos son infernales. Necesitan hacerse con un impermeable psicológico que les proteja de lo que perciben como agresiones externas, mientras siguen elevándose por encima de los demás en cuanto a vivencias estimulantes y creativas. El Mindfulness ha ayudado a multitud de PAS y me consta que estas personas están muy agradecidas con la práctica.
Las PAS no han elegido serlo, por lo que tampoco pueden elegir cómo sentir lo que sienten. Sin entrar en patologías, tomemos en consideración las personas “curtidas” por la vida que son capaces de echárselo todo a la espalda y tirar para adelante, pase lo que pase. Esa suerte tienen, y ese sufrimiento han debido de experimentar para llegar al punto en el que se encuentran. Porque, por desgracia, su resiliencia se ha forjado a base de golpes.
Siendo puntos de vista dispares, ambas poseen su propia verdad.
“Nuestro rasgo de sensibilidad significa que somos cautelosos, hacia adentro, y necesitamos más tiempo a solas. Las personas sin este rasgo no entienden esto, nos ven como tímidos, débiles o, el mayor pecado de todos, insociables. Eso nos lleva a sobre estimularnos y angustiarnos, pues nos etiquetan como neuróticos o locos. El problema es que primero lo hacen los demás, y luego lo hacemos nosotros, con nosotros mismos”
Extracto de “El Don de la Sensibilidad” de Elaine N. Aron
Ilustración de Arthur Rackham para “Alicia en el País de las Maravillas” de Lewis Caroll (edición de 1907).
Sugerencia – Meditación n. 11: “Cultivando la autocompasión”.
Esta meditación nos ayuda a aprender a traernos calidez y amorosidad hacia nosotros mismos cuando estamos sufriendo. Atender nuestro sufrimiento ayuda a comprender el de los demás. Esta práctica produce una presencia conectada y amorosa, que amortigua los estados anímicos negativos y ensalza los positivos. Buena práctica…